[ El Universal ]

El 5 de abril de 2018 fue uno de los mejores momentos del presidente Enrique Peña Nieto. No es usual encontrar, con los amigos de café, en reuniones de oficina, y menos en las redes sociales, expresiones mayoritariamente favorables para el titular del Poder Ejecutivo.

En respuesta a expresiones públicas de Donald Trump proferidas en la jornada previa y consideradas ofensivas para México, el mandatario dirigió un mensaje a la nación. En su elocución, Peña Nieto hizo un llamado firme a su contraparte para conducirse con respeto hacia nuestro país, y señaló que las negociaciones comerciales en curso entre México y Estados Unidos, deberían desarrollarse sin amenazas, ponderando la soberanía nacional.

En el mismo mensaje, el Presidente llamó a la unidad nacional y citó los posicionamientos que sobre el tema generaron los cuatro candidatos a la Presidencia de la República. En resumen, actuó y habló el 5 de abril, no solo como titular del Poder Ejecutivo Federal que es, sino en un plano superior, como real Jefe del Estado Mexicano.

El Jefe de Estado encarna a la nación. Es la materialización viva del concepto abstracto de soberanía nacional. Y debe ser la representación más completa de los valores culturales, sentimientos y aspiraciones de cuantos habitan el país.

El Presidente de México concentra una doble atribución: es el Jefe de Gobierno, y también el Jefe del Estado. Este no es un dato menor. En la mayoría de los Estados modernos, la Jefatura del Estado está confiada a una persona distinta de quien encabeza el gobierno. De los 193 países miembros de las Naciones Unidas, solo en 51 está presente esa dualidad, incluyendo países sin democracia plena.

En el G-20, donde se encuentran las naciones más industrializadas y las economías emergentes, este arreglo institucional solo está presente en 7 países: Argentina, Arabia Saudita, Brasil, Estados Unidos, Indonesia, México y Sudáfrica. Mientras en el G-7, que agrupa a los países élite del desarrollo, únicamente en Estados Unidos se reúne en una persona el liderazgo del gobierno y la jefatura del Estado. De allí lo excepcional de la responsabilidad que compete al Presidente de México.

En su propia circunstancia, a quien hoy ostenta esa encomienda, le restan poco más de 200 días para concluir su mandato. Y tiene que conducir en ese lapso, la negociación internacional más importante del último cuarto de siglo, teniendo frente a sí, al Jefe de Estado norteamericano más antagónico a nuestro país, desde que James K. Polk iniciara la guerra contra México en 1846.

Pero el mayor desafío de Enrique Peña Nieto como Jefe de Estado, no está en el ámbito internacional. Este se encuentra en lograr, en el plano doméstico, que en concordia y dentro del marco del Estado de Derecho, se realice el proceso electivo más importante de la historia contemporánea de México. Que más allá de los resultados en la elección federal para renovar al Poder Ejecutivo y el Congreso de la Unión, y sin importar quienes venzan en las 30 elecciones locales, donde se disputan más de 3,000 puestos, se logre la consolidación de la democracia. Y que no experimente el país una involución, un retroceso de la maduración democrática que de sí misma ha sido lenta y tortuosa.

Si el presidente Enrique Peña Nieto lo hace bien, si se conduce con apego a la ley y actúa como Jefe de Estado, el próximo 1 de julio, pero sobre todo en su cita con la historia el 1 de diciembre de 2018, vivirá su mejor momento. Por él y por todos, esperemos que así sea.

Consulta aquí la versión impresa: https://gustavodehoyos.mx/dev/wp-content/uploads/2019/01/jefe-de-estado.pdf

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