Por una economía inclusiva

Impulsar cadenas de valor al interior de clústers de desarrollo es una manera de promover el crecimiento regional de México. La coyuntura económica mundial ofrece enormes oportunidades para nuestro país.

“México tiene todo para dar un paso gigantesco hacia una prosperidad compartida que no deje a nadie atrás. El México del porvenir ya se ve en el horizonte”.

En los últimos lustros, México se ha encontrado sistemáticamente entre los veinte países con mayor desarrollo económico a nivel mundial. Esto fue un gran avance respecto a las décadas del periodo posrevolucionario, cuando a nuestro país se le consideraba una nación en vías de desarrollo. A pesar de eso, estamos lejos de prosperar, si consideramos nuestro gran potencial material y humano. 

Durante el periodo del régimen de transición a la democracia, nuestro crecimiento fue más bien limitado, difícilmente superando tasas mayores al dos por ciento anual.

Varias razones lo explican. Entre ellas habría que considerar la falta de una economía inclusiva que detone oportunidades para todas y todos, especialmente para quienes menos tienen. De ahí mi convergencia con lo propuesto por Unid@s, en el sentido de que o prosperamos todos juntos o no hay un México viable.

Una de las formas para lograrlo, es impulsando el desempeño de las pequeñas y medianas empresas, las llamadas MiPymes. Para ello, hay que trabajar con la banca y otras instituciones financieras para crear un sistema de información moderno, de tal forma que el financiamiento ocurra, aunque éstas no tengan un consolidado historial crediticio.

Son muchos los ejemplos de sociedades o negocios que no evolucionaron porque no tuvieron acceso a créditos. Ya es tiempo de apoyar, decididamente, a las empresas más necesitadas.

Impulsar cadenas de valor al interior de clústers de desarrollo es otra manera de promover el crecimiento regional del país, indispensable para agregar valor a las empresas mexicanas. Sin un desarrollo de nuestras regiones no podremos mejorar la vida de las personas. Para lograrlo es necesario entender también nuestra actual situación geopolítica. La coyuntura económica mundial ofrece enormes oportunidades para nuestro país, vecino de la mayor potencia económica mundial.

La interrupción de las cadenas de producción y abastecimiento que servían a China y otros países de Asia para vender sus productos, mercancías y servicios al mercado estadounidense debido a la pandemia, dió lugar al fenómeno conocido como nearshoring, en el que la cercanía de México a Estados Unidos significó, de pronto, una gran ventaja. 

Pero el actual Gobierno no parece aprovechar esta situación. Lo que urge es invertir recursos públicos en infraestructura que ayude a nuestras empresas a aumentar su productividad y poder comerciar, con mayor intensidad, con el vecino del norte.

La inversión pública y privada en ramos como el turismo, hidráulico, de salud, de telecomunicaciones, transporte carretero, marítimo y aéreo tiene que ser de al menos el tres por ciento del PIB. Sólo así podremos sentar las bases para la prosperidad de todos los sectores sociales del país.

Una política postindustrial del siglo XXI, que impulse el desarrollo de los mercados con un sentido social muy claro, es el nuevo imperativo. No sólo requerimos de una mayor inversión nacional y extranjera, sino que tenemos que saber canalizar esos recursos de forma estratégica e inteligente.

México tiene todo para dar un paso gigantesco hacia una prosperidad compartida que no deje a nadie atrás. El México del porvenir ya se ve en el horizonte.



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